IA y creatividad

Tomás García, artista digital argentino, cuenta cómo es el proceso de crear imágenes con modelos de inteligencia artificial locales y cuáles son lo desafíos creativos de esta época.

Este artículo está basado en la conferencia de Tomás García del Mini TRImarchi es una versión reducida del encuentro internacional de diseño gráfico más grande de Latinoamérica.

 

La percepción común sobre la inteligencia artificial generativa de imágenes se ha simplificado hasta el extremo: escribís una descripción, la máquina obedece y obtenés una imagen. Es una visión de la IA como una expendedora de resultados visuales, donde la única habilidad reside en encontrar el “prompt” mágico. Sin embargo, el artista visual Tomás García (un creador que se define por tareas como “martillar píxeles” y “soldar palabras”) ofrece una perspectiva mucho más profunda. Navegando el espacio “entre la reflexión crítica y la exploración visual”, su trabajo revela que el verdadero potencial, los desafíos éticos y las batallas culturales de estas herramientas se encuentran en lugares que la mayoría ni siquiera considera.

Modelos abiertos vs. Cerrados: la verdadera batalla es por la privacidad y el control.

García establece una diferencia fundamental entre dos tipos de modelos de IA. Por un lado, están los modelos cerrados (como Midjourney), que se usan online, requieren un pago, no permiten una personalización profunda y son controlados por una empresa. Por otro lado, están los modelos abiertos (como Stable Diffusion o el más reciente Flux), que se instalan localmente en tu computadora. Estos son gratis de usar (aunque exigen un hardware costoso), son completamente personalizables a través del entrenamiento y, de manera crucial, ofrecen privacidad.

La idea central es simple pero poderosa: “local es igual a privacidad”. Cuando trabajas con un modelo en tu propia máquina, nadie puede ver, registrar o utilizar las creaciones que hacés. Pero la batalla va más allá: al ser mejorados por una comunidad global de desarrolladores, los modelos abiertos evolucionan “muchísimo más rápido” que cualquier producto corporativo. La distinción es vital porque conecta la independencia creativa y el control del artista no solo con la privacidad, sino también con el acceso a la innovación de vanguardia.

La belleza de las interfaces feas: cuando un mal diseño es una buena señal.

Una de las observaciones más contraintuitivas de García se refiere a las interfaces “horribles” de herramientas abiertas como Stable Diffusion o ComfyUI. Mientras que las aplicaciones comerciales pulen su diseño para optimizar la experiencia y retener al usuario, estas herramientas se ven complejas, toscas y llenas de parámetros técnicos.

Según García, esta fealdad es un signo de uso genuino. La comunidad de desarrolladores se enfoca en la funcionalidad y la potencia, no en la estética corporativa. No hay un interés comercial en hacer que te quedes más tiempo haciendo clic en un botón.

Esta idea desafía nuestras expectativas sobre el software, invitándonos a valorar la autenticidad y el poder de una comunidad por encima del diseño pulido de un producto comercial.

El “Choripán Test”: por qué la personalización es una forma de resistencia cultural.

Los modelos de IA por defecto imponen una visión colonialista. Están entrenados mayoritariamente con imágenes del hemisferio norte, y un detalle crucial es que fueron etiquetadas en inglés. Esto genera un problema de adherencia: el modelo se aferra a una visión del mundo hegemónica. García lo ilustra con un ejemplo claro: el “Choripán Test”. Si le pedís un choripán a un modelo sin personalizar, es probable que genere una imagen incorrecta. En cambio, si usas un modelo personalizado entrenado con imágenes auténticas, el resultado es el correcto.

“Si yo le pido un choripan sin customizar, me va a hacer este choripan con lechuga, tomate, con ese pan. En cambio, si yo customizo, puedo obtener realmente el chimichurri del choripan.”

La implicación es profunda: la personalización no es solo un truco técnico, sino una herramienta crucial para que las culturas no hegemónicas puedan representarse a sí mismas con precisión, combatiendo los estereotipos integrados en los datos de entrenamiento.

El artista como curador de ruido: tu trabajo no es crear, es elegir.

Tomás García afirma que estas herramientas generan fundamentalmente “ruido”. Para su exhibición “todo mi ruido”, llegó a generar 15,000 archivos que ocupaban 104 GB. Este volumen de producción cambia el paradigma del rol del artista: su labor se desplaza de la pura creación a la curación, la selección y la edición. La habilidad más importante ya no es solo la ejecución, sino saber qué pedir, cómo refinarlo y, sobre todo, cuándo detener la generación infinita de la máquina. La intención y el criterio humano se vuelven el centro del proceso.

“La creación pasa a un lugar secundario cuando lo que más importa es por qué lo estás haciendo y para qué… en ese momento de frenar existe la elección de frenar que no puede hacer una máquina. Una máquina no elige ni cuándo arrancar ni cuándo terminar; el único que decide eso es el humano”.

Esto redefine el concepto de “autoría”, poniendo el valor no en la capacidad de generar, sino en el juicio crítico y la intención que guían el proceso.

El fin del estilo (como lo conocemos).
La reflexión final de García es quizás la más filosófica. Tradicionalmente, el estilo de un artista está definido por sus limitaciones, por “el lugar que tenemos amurallado por nuestra técnica”. Un pintor desarrolla un estilo basado en cómo maneja el pincel; un escultor, en cómo trabaja la materia.

La IA está derribando esos muros técnicos. Con estas herramientas, ejecutar casi cualquier idea visual es posible. ¿Qué definirá la voz única de un artista en el futuro? ¿Su universo conceptual? ¿Sus decisiones de curación? ¿La forma particular en que entrena a sus modelos? Esta idea es a la vez emocionante y desafiante, pues fuerza a los creadores a encontrar su singularidad más allá de la técnica. Y es aquí donde todo se conecta: esta nueva definición de estilo solo es plenamente realizable para quienes ejercen el control y la personalización que ofrecen los modelos abiertos.

Conclusión: la humanidad en la máquina


Lo que une todas estas ideas es una idea central: en la era de la inteligencia artificial, el factor humano (la intención, la crítica, la curación y la cultura) es más importante que nunca. La tecnología se vuelve una extensión del pensamiento, pero no lo reemplaza. García a menudo cita al pensador Elan Chali para reforzar este punto: “las personas no se reemplazan, lo que se reemplaza son tareas”. La IA puede automatizar la producción de imágenes, pero no puede decidir qué historia contar, qué descartar o por qué una obra es significativa.

Si la técnica deja de ser un límite, ¿cuál será el verdadero muro que definirá nuestra creatividad?

Este texto fue elaborado con el apoyo de herramientas de inteligencia artificial mediante la técnica de Retrieval-Augmented Generation (RAG), utilizando la plataforma NotebookLM. Los contenidos y conclusiones fueron revisados y validados por el equipo del PIA, garantizando la fidelidad de las fuentes y la interpretación responsable de los materiales consultados.

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